Alejo Brignole es escritor y reside desde hace más de una década en Mercedes • Recientemente lanzó su última novela El demonio del Mediodía.
(Por Claudio Guevara, desde México) Tuve la suerte de leer el original de su libro en México, poco antes de que saliera publicado en Argentina, y sinceramente me dejó muy sorprendido. Con muchas preguntas sobre cómo transitamos nuestra modernidad…
O como la modernidad nos transita a nosotros.
¿Podríamos decir que nos pasa por encima? (risas)
De eso se trata un poco la novela… De comprender y sobreponerrnos a esta especie de locura colectiva (el térrmino más preciso sería alienación) en la que todos, de una u otra forma, estamos inmersos o expuestos a enajenaciones múltiples naturalizadas por la sociedad.
Estar expuesto no significa sumergirse. Algunos logramos sobrellevar la exposición sin caer, o al menos lo intentamos.
Pero no es una tarea fácil… ¡cuidado! El sistema actual de cosas es más poderoso que el agua: nos penetra en cada mínima grieta, se nos mete en el pensamiento, en las acciones, en la propia subjetividad sin que nos demos cuenta. E igual que el agua que horada la roca, finalmente el sistema vigente nos rompe, nos deforma, nos moldea y nos hace desbarrancar. Y eso pasa hoy principalmente en el ámbito parental-conyugal, en la mente colectiva de una sociedad cada vez más permeable a la idea de que la familia, la pareja, es materia descartable que no merece cultivo.
En su novela hay un intenso análisis sobre el otoño femenino, la menopausia y las nuevas masculinidades en una sociedad conceptualmente inestable como la actual… ¿Dónde pone usted a la mujer en ese análisis?
Su pregunta que me suena algo capciosa.
Sin embargo la creo muy necesaria hoy con el actual nivel de debate social en torno a la mujer y sus roles.
Creo que hoy el lugar de la mujer, y sobre todo de las nuevas generaciones de chicas jóvenes, está en un limbo peligroso. El feminismo se volvió enunciativo y contradictorio (es decir, vacío de premisas verdaderas) e ignora la historia de sus propias luchas. Las mujeres -y las más jóvenes sobre todo–, creen que empoderarse en prostituirse en Only Fans o aumentar su body count (número de hombres que pasaron por su cama) hasta niveles estratosféricos. Ahora el modelo que consumen las chicas sub-20 y sub-30 son mujeres mediáticamente enajenadas como Lisa Sparks que tiene el récord de acostarse con 919 hombres en un día.
Only Fans y portales parecidos están creando arquetipos colectivos y aspiracionales… ¿Coincide?
Coincido y eso es una regresión en toda regla. Y por si alguien está leyendo y pensado que la vara es desigual, aclaro que lo mismo vale para los hombres. La sexualidad es –o debería ser– una energía positiva que no debe mercantilizarse por estándares sociales altamente distorsionados por el consumo, la cultura del descarte y la exposición en redes. La sexualidad, según Freud, es una pulsión primordial que nos empuja, nos realiza cuando sus cauces son los adecuados. La líbido mueve la existencia y por tanto al mundo. Sin embargo, hoy esa pulsión se halla en una deriva peligrosa, potenciada por el universo infinito que ofrecen las redes y el propio imaginario multiplicado para quien no sabe distinguir entre ficción y realidad de las conexiones humanas, del intercambio genuino que nos nutre, o del contacto ficticio basado en el Ego y la validación digital que es, en realidad, pura basura sin sustancia.
Su novela sorprende porque ahonda muy finamente en estos aspectos en el contexto de un matrimonio en crisis, y además lo hace llevando al lector desde España a la Argentina, en universos no iguales pero sí semejantes. Lo universal y lo particular están muy bien amalgamados, además con una rudeza narrativa casi indigesta, por momentos.
La novela trata de lo que estamos hablando: el desplome de una mujer, una inmigrante española en la Argentina actual, casada con un escritor y que termina cayendo en todas las trampas dialécticas del sistema. Una mujer que debe afrontar su vejez, su celulitis masiva, sus cambios hormonales, su insatisfacción personal y transgeneracional (ella procede de una familia pobre, de un pueblo pobre de la España profunda), y cuando llega el momento de confrontarse a sí misma, lo hace de la peor manera posible: busca legitimarse frente a la mirada masculina más baja, la más prosaica y pasajera. Se prostituye carnal y espiritualmente con tal de mantener la ilusión de juventud unos pocos años más. La protagonista es presa de su propio demonio del mediodía y se pierde en él, como un objeto. Se autopercibe objeto y busca triunfar objetamente a sus 50 años, rodando por antros y lugares bajos con amigas divorciadas perdidas también en sus propios limbos de soledad y decadencia, Todas ya están a las puertas de su vejez, pero aún así buscan validarse como mujeres apetecibles según los estándares juveniles que no las reflejan. De ahí que no les importa quién las valide. Así arrastran a Gabina, casada y con una familia estable sin carencias estructurales ni de ningún tipo. Gabina reproduce entonces un proceso similar al de su hermana que vive en España, ambas herederas de un hermano maltratador y machista que las usó como objetos durante décadas. Y toda esa búsqueda se hace frenéticamente antes del derrumbe definitivo de la carne, de las arrugas que acechan y los kilos que se van acumulando debido a la inevitable menopausia.
Precisamente allí es donde su libro muestra su atractivo narrativo y argumental: en la manera que enlaza lo psicosocial y transgeneracional (como usted lo define) sin importar la geografía. Ya sea la España profunda o una ciudad a 100 Km. de Buenos Aires que no se nombra pero imaginamos cuál es. Usted vive aquí, en Mercedes.
Podría ser cualquiera. En cualquier caso, las pistas son lo de menos. La narración prescinde de esos datos que resultan finalmente irrelevantes. La tragedia interior y existencial de Gabina es la de millones de mujeres hoy, y con ellas van sus sistemas familiares que colapsan por esa necesidad de integrase a lo peor que ofrece la sociedad. A eso lo sociólogos lo denominan Síndrome FOMO (Fear of Missing Out, por sus siglas en inglés). El miedo a perderse de algo allí fuera que le dé sentido a sus vidas, cuando lo que en realidad hay en ese túnel mundano son espejismos y relaciones transaccionales, en el mejor de los casos.
En la parte Argentina de la novela no hay nombres ni locaciones definidas, pero en cambio en España todo transcurre en un ámbito bien almodovariano, que es Castilla – La Mancha, en la provincia de Cuenca y precisamente un pueblo que (perdone) ahora no recuerdo el nombre…
En Carrascas del Campo, que también y analógicamente está a 100 Km. de Madrid, la capital española. Pedro Almodóvar también es manchego (de Calzada de Calatrava, un pueblo de la provincia de Ciudad Real) y en muchas de sus películas él profundiza en esas idiosincrasias tan complejamente oscuras, en donde la represión familiar, la pobreza, los traumas de clase y los secretos parentales dejan una huella terrible. Hace poco estuve charlando con la autora y dramaturga Gabriela Lorusso (que es mercedina y de enorme talento) y hablábamos sobre la puesta en escena que hizo hace tiempo de la obra de García Lorca, La casa de Bernarda Alba, y comentábamos precisamente eso: las sombras de la España profunda, las represiones sexuales, el clasismo y la vergüenza que se cargan sobre las espaldas por cuestiones que trasciendan la propia vida y vienen de muy atrás. En mi novela, la protagonista, Gabina Esquerdo, es una típica víctima de esas tinieblas colectivas y familiares.
Sus descripciones me remitieron a algunas escenas de la miniserie La Sustancia, con Demi Moore.
Sí, claro, hay muchos puntos tangentes con la miniserie, aunque mi libro es muy anterior. Hoy la sociedad se parece mucho a un paisaje zombie de mujeres solas llenas de angustias, de arrepentimientos tardíos, o que viven con ira y frustración contenida por las consecuencias nefastas de arrojarse a la la tribuna masculina más utilitaria y transaccional, pensando que el empoderamiento es como una moda, un desafío divertido para mostrar en Instagram, cuando en realidad estamos en un mundo cada vez es más aterrador y salvaje, parecido a una picadora de carne social. Gabina, que finalmente se muestra en toda su vacuidad y desamparo interno, resulta un perfecto síntoma –y ejemplo– de estos tiempos. Hace poco leí la frase de un economista que decía que “hoy gozar del privilegio de un matrimonio constructivo y colaborativo es el mejor activo social y humano”. ¡Y lo decía un economista!
¿Culpa al feminismo de estos desvíos?
No… ¡Me niego a creerlo!… Al feminismo no, porque es un humanismo. Pero sí a sus formas más lúmpenes, es decir despolitizadas y sin perspectiva de género. Hay un lumpen-feminismo sin reflexión ni conciencia de clase genuina. Como todo movimiento peligroso para el sistema, el feminismo está siendo engullido y redirigido por el propio orden social para direccionarlo hacia sus propios intereses. Con la ecología sucede lo mismo y con tantas otras transformaciones profundas que la sociedad necesita. Contaminar las fuentes conceptuales del adversario ha sido siempre una de las habilidades más poderosas del capitalismo. Aquí, en Mercedes, y en zonas profundas del Conurbano tengo el honor de ser amigo de verdaderas feministas, y le aseguro que son mujeres que no se prestan como meros objetos de deseo a la mirada heteropatriarcal más vulgar y utilitaria. Son mujeres que se autorrespetan frente a sus hijos, que atienden comedores escolares, que caminan los barrios pobres o salen a protestar ante este momento profundamente injusto y necolonial que hoy vive la Argentina de Javier Milei. Las mujeres empoderadas no negocian su dignidad y además envejecen con capacidad de absober sus propios cambios. No los combaten, o por lo menos no los odian.
Hace poco leí una entrevista que le hicieron en un medio nacional y el título era “cuerpos en guerra y relaciones en ruinas”
Sí, fue en el diario El Argentino. Una excelente entrevista que me hizo María Armour y que supo sintetizar en ese título todo lo que intenta abarcar la novela.
Hay una escena en el último capítulo que transcurre en una sesión de psicoanálisis…
Así es. Pero no destripemos tanto el libro, se lo ruego (risas)
Hay ahí una confrontación de ideas muy dura y a la vez muy didáctica sobre todo lo que rodea a las emociones, a la infancia, lo familiar y lo social… Recuerdo haber releído esa parte completa tras terminar el libro. Un momento psicoanalítico que me pareció muy lúcido, como de Woody Allen, pero trágico.
Woody Allen tiene un trasfondo muy trágico, en realidad.
En México ofrecí leer a gente conocida su novela y el impacto fue siempre grande, aunque cada uno con su mirada y su reflexión. La novela toca casi todas las fibras, o las fundamentales, del tejido social.
Porque, creo yo, lo que hoy está en juego es la identidad del indiividuo frente a un marasmo de valores en renovación, en transformación y deconstrucción. Y para transitar debidamente estas arenas tan movedizas hace falta mucha salud mental, mucha perspectiva del sí mismo. Algo que viene faltando en una sociedad psicotizada por las redes, la cultura del descarte y la dopamina, que induce a la satisfacción inmediata. Hablar de afectividad hoy implica hablar de todo eso: de tecnología, de autoestima, de herencias transgeneracionales y de personas reducidas a meros objetos de consumo. Gabina cayó en esas charcas, e igual que su hermana Soledad en la España pobre, no pudo salir, aunque se haya instalado con su esposo e hijos a 10.000 Km. libre de cargas o necesidades. Sin embargo, la sombra familiar nos persigue hasta la tumba y a veces nos destruye, como finalmente, intuimos, le sucede a Gabina. Una mujer rota que no acepta su vejez.
Porqué Mercedes?
A Mercedes llegué en 2012 junto a mi familia, luego de haberme radicado en España en 1999. Tras pasar dos años en Buenos Aires, decidimos buscar una ciudad atractiva fuera del frenesí porteño, pero no muy lejana. Yo conocía bien la ciudad porque en los años ’80 dirigí un Grupo Scout en el Obispado de Morón, y muchas veces organizábamos campamentos con el grupo en lo que hoy denominamos Parque Viejo. La idea de vivir en Mercedes se relacionaba con criar a los hijos en un entorno más saludable y sereno. Y para un escritor, las ciudades tranquilas resultan un buen lugar desde una perspectiva creativa. No fue una mala elección, en absoluto.
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